Según la Biblia, hubo un tiempo en que todos los hombres hablaban un mismo idioma. Se habían juntado en la ciudad de Babel para construir una torre tan alta que debía llegar al cielo. Pero a Dios no le pareció bien que los hombres, en vez de poblar la Tierra como les había mandado, quisieran subir al firmamento. Para impedírselos, los puso a hablar distintas lenguas. Al no poder comunicarse, los hombres dejaron la torre sin terminar y se dispersaron por todo el mundo.
Babel es una palabra hebrea que significa ‘confusión’. La misión de los traductores es ayudar a las personas a superar la confusión de hablar en idiomas distintos para poder comunicarse.
La traducción más antigua que se conserva es la piedra de Rosetta. La encontraron las tropas de Napoleón en Egipto. Sobre ella está grabado el mismo texto en tres idiomas: jeroglíficos egipcios, demótico (una forma de escritura egipcia) y griego clásico. Gracias a ella se pudieron descifrar los jeroglíficos y empezar a conocer una cultura que se había convertido en un misterio.
Traducir significa, en latín, ‘hacer pasar de un lugar a otro’, en este caso de un idioma a otro. Esta es la tarea que realiza el traductor, en ámbitos muy diferentes: desde un poema hasta el manual de instrucciones de una lavadora, pasando por artículos científicos, escritos legales o subtítulos de películas. Para ello tiene que dominar el texto, pero también el contexto: necesita sumergirse totalmente en el mundo al que pertenece. Se requiere un gran dominio de las lenguas, un extenso vocabulario y un amor por la precisión. El traductor trabaja por escrito, armado con un buen diccionario. Pasa muchas horas frente a la computadora, por lo que debe cuidar su postura y proteger la vista.
Los intérpretes son primos hermanos de los traductores, aunque su trabajo es bastante diferente: traducen de forma oral, es decir, hablando. Son cruciales para quienes escuchan la conferencia de un profesor extranjero en un congreso o visitan otro país. Los intérpretes de lengua de señas ayudan a las personas sordas y a las mudas a entenderse con el resto de la sociedad y viceversa.
El intérprete trabaja sometido a una enorme presión, ya que tiene que traducir muy rápido mientras la otra persona va hablando. Esto requiere una gran capacidad de concentración y cuidar mucho la voz para no quedarse afónico.
Traduttore, traditore, dice un proverbio italiano: ‘un traductor es un traidor’, porque es casi imposible decir exactamente lo mismo en idiomas distintos. Las mismas palabras suenan muy diferentes al ser traducidas, incluso una misma frase puede tener sentidos completamente dispares. Cervantes decía que era imposible lograr una buena traducción. Sin embargo, gracias a las traducciones, su obra Don Quijote de la Mancha se convirtió en la novela más leída en todo el mundo.
Un traductor experimentado no solo consigue decir casi lo mismo en otro idioma; también debe transmitir el mismo tono y la misma intención que el original. Permanecer fiel al sentido del mensaje, no traicionarlo siendo demasiado literal ni demasiado genérico. El traductor deberá por sobre todo evitar la confusión y homenajear la diversidad cultural con el entendimiento.