Cuando uno dice basura, normalmente la palabra evoca aguas turbias y otras asociaciones repugnantes, que hasta guardan el olor particular de lo que se ha podrido. De hecho, cuando uno dice basura, habla en general de los desechos, desperdicios y residuos, pero también de lo despreciable, lo malo o lo ruin (un contrato basura, la comida basura, etcétera). Quizá nos cueste admitir que la basura se nos parece, que habla tanto de nosotros como lo hace una radiografía, y que, como la basura es inevitable, es bueno consumir responsablemente y procesarla de la mejor manera posible.
Si hiciéramos el experimento de revisar nuestros desechos y compararlos con los de nuestros vecinos y amigos, e incluso con los de habitantes más lejanos, comprenderíamos hasta qué punto todo lo que desechamos habla de nuestros gustos y disgustos, de nuestro modo de consumir, de nuestras opciones ante las tendencias industriales, de las diferencias sociales y de los avances de la tecnología.
Es mucha la basura que generamos. Una persona produce, como promedio, un kilo de basura por día.
¿Quién recoge todo aquello que día a día tiramos por inútil u obsoleto? El recolector o basurero. Su oficio es vital para la buena convivencia y la organización de una comunidad. Él se encarga diariamente, trepado al camión, de juntar la basura que los dueños de casa dejan a la intemperie en el horario de recolección, generalmente nocturno. Él se ocupa de llevarla al vertedero en el camión, que, mientras marcha, la tritura y la compacta. Cuando en la ciudad existen contenedores (destinados a la basura doméstica), el recolector altera su actividad: ya no corre desde el camión tras los residuos embolsados y vuelve con ellos, sino que trabaja como operario de un moderno camión compactador que con una gran pinza alza el vagón de basura, lo da vuelta, vacía su contenido y lo devuelve a la calzada. O quizá también trabaje como operario de un segundo camión, diseñado para lavar los contenedores.
El de los basureros es un oficio que enfrenta varios riesgos biológicos, puesto que durante el trabajo toman contacto con elementos descompuestos, que pueden provocar enfermedades. Las picaduras, una eventual mordida o el roce con las heces de animales diversos pueden transmitir todo tipo de afecciones. La piel es la barrera fundamental que impide el ingreso de microbios al organismo. Si la piel se corta o se lastima, las barreras se desploman y los gérmenes aprovechan el paso libre. Es por eso que los guantes, el casco y el uso adecuado del uniforme serán los grandes salvavidas del basurero. Y si se ocupa de levantar la basura de hospitales o de laboratorios, el tapaboca y los guantes especiales serán imprescindibles para evitar pinchazos o el contacto con fluidos peligrosos.
Cuando nosotros cambiamos, también nuestra basura cambia. En el último tiempo se nota una tendencia a la reducción de los desperdicios de alimentos y al incremento de los envoltorios. ¿Por qué? Una posible respuesta es que hoy se comen más alimentos preparados o congelados, se usan más el freezer y los recipientes. El plástico, que ha venido creciendo en las últimas décadas, no solo ocupa mucho lugar en la basura, sino que además puede demorar, en algunos casos, hasta 600 años en biodegradarse. La ley de las tres erres (reducir, reutilizar, reciclar) es una buena aliada para que nuestra inevitable basura no sepulte al planeta.