La vida, según los biólogos, comenzó en las profundidades del mar. La pesca, a su vez, comenzó como recolección de cangrejos, peces ya muertos y moluscos a la orilla del mar. Luego llegarían la caña, el anzuelo y la carnada, los elementos esenciales de un pescador artesanal. En la pintura del antiguo Egipto ya hay rastros de este oficio.
A lo largo de la historia la pesca fue evolucionando. El anzuelo más antiguo fue hallado en Noruega y se calcula que tiene alrededor de 4000 años. Hoy existen miles de tipos de anzuelo, que varían en tamaño y forma según la boca del pez. Lo mismo ocurre con las carnadas. El pescador debe conocer la forma, los hábitos alimenticios y las costumbres del tipo de pez que busca. La corvina negra prefiere moluscos a pequeños peces. Un anzuelo de punta dura y alargada puede romper la boca pequeña y frágil de un pejerrey y permitirle soltarse. El lenguado siempre nada en el fondo del mar.
El pescador artesanal es el hombre que se interna en el río a bordo de su pequeño bote, muchas veces en soledad o acompañado por otros pescadores, y pasa algunas horas del día embarcado, con su caña, su aparejo o sus redes, atrapando peces. Al volver a tierra firme procesa el pescado, limpiándolo, quitándole las escamas y cortándolo en filetes. Pueblos enteros de pescadores han sobrevivido de esta manera a lo largo de la historia. Los pescadores son hombres curtidos por el sol, de gran paciencia, amantes del mar pero respetuosos de su fuerza y misterio. Lo que pescan se venderá ese mismo día y en una próxima jornada volverán a tirar sus redes.
A lo largo del siglo xx, con el avance de la industria naviera, la pesca se transformó en una industria de chimeneas sobre el mar. Barcos pesqueros capaces de transportar miles de toneladas de pescado surcan los mares y ríos, pescando, procesando el pescado y envasándolo para vender. Los barcos pesqueros de gran tamaño cuentan con una instalación frigorífica, cadenas de eviscerado y fileteado mecánico, y un equipo para la elaboración de aceite y harina de pescado (con la que se fabrica, entre otras cosas, la gelatina).
Los pescadores pueden pasar hasta cuatro meses trabajando dentro de estas industrias flotantes. Afrontan jornadas largas, duermen muy poco y en camarotes compartidos. En general los barcos hacen pequeñas escalas de dos o tres días en los puertos principales del mundo y luego siguen su recorrido por alta mar.
Una industria flotante que navega las frías aguas árticas noruegas es la de la pesca del bacalao. Cuando la red se levanta, cientos de operarios comienzan a trabajar en largos mostradores de disección, donde separan el bacalao de las algas y otros peces que fueron capturados al azar, pero que no tienen valor económico.
Pesca de arrastre es la que hacen aquellos barcos que llevan en su popa (parte trasera del buque) una red de varios cientos de metros de largo, con forma de calceta, que va peinando el fondo del mar y así captura de forma indiscriminada todo tipo de peces.
La vida del pescador siempre está en potencial riesgo. Trabaja con herramientas cortantes, temperaturas extremas –dentro de las cámaras de frío, a 30 ºC bajo cero–, con olor a amoníaco o enfrentando las inclemencias del tiempo. Un mar bravío y gélido los espera en el Ártico cuando salen a la caza del cangrejo rojo. Cada vez que levantan las redes, deben ser muy cuidadosos, ya que ellos mismos pueden quedar enganchados. Un instante de distracción puede significar un accidente grave con un anzuelo. Y en todos los casos, siempre estarán desafiando los peligros del mar. Si bien cuentan con la meteorología a la hora de trazar una ruta de pesca, la observación y la experiencia siguen siendo sus principales aliados a la hora de adentrarse en las profundidades del mar.