Las cavernas se transformaron en casas, los arroyos en sistemas de agua corriente y los senderos en calles. Constructores, arquitectos e ingenieros nacieron para dar forma a esa segunda naturaleza artificial que nos cobija: la ciudad.
Entre los grandes constructores de ciudades de la Antigüedad se encuentran los romanos. A partir del año 27 a. C., Roma comenzó a expandirse a lo largo y ancho de toda Europa, creando así el Imperio Romano. La necesidad de resolver la convivencia de los miles de habitantes del Imperio los llevó a crear y perfeccionar una serie de inventos que subsisten hasta nuestros días.
Así nacieron los acueductos romanos, grandes construcciones de granito que llevaban el agua de los lagos y ríos situados en las montañas hasta las villas y las edificaciones de la ciudad. En la propia Roma la distribución del agua era realizada a través de una red de canales y tuberías que llegó a ocupar más de 400 kilómetros. También edificaron apartamentos de tres o cuatro pisos de altura, teatros que podían alojar a miles de personas, varios complejos de termas y el célebre Coliseo.
Caminos y puentes fueron tendidos para comunicar los seis millones de kilómetros cuadrados que llegó a tener el Imperio Romano en su apogeo. En esa época se acuñó la famosa frase «Todos los caminos conducen a Roma», dado que las más de cuatrocientas vías de piedra —antepasados de nuestras carreteras pavimentadas— comunicaban todas las ciudades y provincias con la capital del Imperio.
¿Pero quién se ocupó de realizar todos estos monumentales trabajos? Los esclavos romanos fueron los encargados de construir las ciudades, además de remar en las galeras, llevar a los patricios en sus literas e incluso arar las tierras del Imperio. Los esclavos fueron los grandes trabajadores de la época.
La palabra trabajo, justamente, proviene del latín tripallium, un yugo donde los esclavos eran amarrados y castigados cuando se negaban a realizar las tareas que les eran asignadas. Es que tanto en Roma como en Grecia —dos de las grandes civilizaciones de la Antigüedad— el trabajo era considerado una actividad impropia de hombres libres.
Los esclavos eran prisioneros de guerra, criminales convictos o personas empobrecidas que vendían su libertad como único medio de subsistencia. No tenían derechos, no recibían paga alguna, eran propiedad absoluta de sus dueños, quienes podían alquilarlos, venderlos o prestarlos. En Grecia era usual que cada ciudadano tuviera hasta un centenar de esclavos a su orden; en Roma algunos cónsules llegaron a tener mil.
Grandes pensadores de la historia, como Platón, Sócrates o Aristóteles, poseían esclavos y eran defensores de la esclavitud, porque la consideraban la mejor manera de resolver las cuestiones materiales de la vida, de manera que los hombres libres tuvieran el tiempo necesario para ocuparse del trabajo intelectual: la política, la filosofía y el arte.