Al principio, los hombres sólo conocían el fuego generado por la naturaleza, como el de los volcanes, los rayos y los incendios. Por eso le tenían miedo, como todos los animales. Después aprendieron a encender fuego ellos mismos frotando pedazos de madera o rocas. Fue uno de los primeros inventos humanos, y de los más importantes, ya que les permitió calefaccionarse, espantar a las fieras y cocinar los animales que cazaban.

De ahí en adelante siempre hubo inventores: personas que encontraban maneras de hacer cosas que antes eran imposibles, o de hacerlas de una manera más sencilla y cómoda. Los ha habido de todas las profesiones, desde cazadores y agricultores hasta científicos e ingenieros, pasando por artistas, cocineros y maestros. Y de ellos también se benefician todos los oficios. Un buen ejemplo es Leonardo da Vinci, figura principal del Renacimiento italiano. Aparte de ser un gran artista, que creó obras tan famosas como el cuadro La Gioconda, también fue ingeniero, músico e inventor. Hizo dibujos detallados de máquinas de todo tipo, sobre todo para volar. Pero también era aficionado a la cocina: le gustaba inventar nuevas recetas, e incluso se preocupaba por los buenos modales en la mesa. Parece que fue él quien impulsó el uso de la servilleta.

En los dibujos animados, cuando a alguien se le ocurre una idea brillante, se enciende una lamparita en su cabeza, como le pasa a menudo al inventor Giro Sintornillos, primo del pato Donald. En realidad la propia lamparita es una de las ideas más brillantes, al menos de las que tuvo su inventor, el ruso Alexander Lodiguin. Otra idea brillante fue la que tuvo Nikola Tesla, que inventó el generador de corriente alterna, la misma que hoy alimenta los enchufes de nuestras casas. Tesla, por cierto, también fue el creador de la radio, aunque Marconi decía que él la había inventado primero. Estas peleas por la autoría de los inventos también son frecuentes. A veces un inventor intenta realmente adueñarse del invento de otro, pero a menudo ocurre que dos personas (o dos compañías, o dos culturas) llegan independientemente al mismo resultado, como si en un momento dado el mundo estuviera pronto para avanzar precisamente en esa dirección.

La fascinación por la novedad también tiene sus peligros: hay una larga lista de inventores heridos o muertos mientras probaban sus inventos. Como Franz Reichelt, que saltó desde la Torre Eiffel confiando en el paracaídas que había inventado, el cual por desgracia no se abrió a tiempo. O Alexander Bogdanov, que creyendo haber inventado una técnica para rejuvenecer se inyectó sangre de un paciente con malaria y tuberculosis, causándose la muerte.

En buena medida, los inventores y sus invenciones son los que hacen cambiar al mundo. La gran mayoría de los inventos de Leonardo da Vinci se quedaron en dibujos: nunca se llevaron a la práctica. Pero siglos más tarde hubo ingenieros que construyeron aviones, y si hoy nos parece natural volar al otro lado del planeta en apenas unas horas, seguramente se debe en buena medida a la imaginación de creadores como Leonardo.