Hay oficios más ingratos que otros. Trabajar con los muertos puede parecer espantoso, pero hay gente con una capacidad especial y la compasión suficiente como para dedicarse a semejante tarea.
Un funebrero (encargado de pompas fúnebres, como les gusta ser llamados) tiene que ser la imagen misma de la corrección, la discreción y la compasión. Siempre debe recordar que el sujeto de sus atenciones no es tanto el difunto, que en realidad ya está más allá de todas las cosas terrenales, sino los deudos, los dolientes, los que realmente necesitan contención y consuelo.
El oficio de encargado de pompas fúnebres en realidad se compone de una larga cadena de personas que realizan tareas específicas, desde el conductor del furgón que transporta el cadáver hasta la sala velatoria, pasando por los maquilladores que le dan el aspecto más similar posible a alguien que duerme un sueño tranquilo, hasta los choferes que llevan al difunto y sus familiares al cementerio. Luego vienen los empleados del cementerio, encargados de enterrar o introducir en el nicho el ataúd, o aquellos encargados del manejo del horno crematorio; incluso están los jardineros que cuidan el parque del cementerio. Muchos oficios pero un mismo respeto imprescindible.
Todos los que desarrollan esta tarea deberán estar atentos a los esfuerzos de la columna vertebral, como también a los potenciales riesgos biológicos. Pero sin duda el principal desafío de este oficio es aprender a convivir con la muerte en el trabajo diario.
Quien trabaje en tan delicada tarea tiene que tener claro que su mayor desafío no será el contacto cotidiano con los muertos, sino, por el contrario, con los vivos.