Dos amigos hablan por teléfono. Uno acaba de invitar al otro a un asado el próximo fin de semana y le está explicando cómo llegar a su casa, en las afueras de la ciudad. Le dice la ruta que tiene que tomar, dónde desviarse. El otro hace dibujitos y anotaciones en un papel.

Un grupo de turistas camina por las calles de Kioto, en Japón. Llegan a una esquina y se detienen, mirando en todas direcciones. Uno de ellos abre un plano. Enseguida se acerca un joven para ver adónde quieren ir. Consiguen hacerle entender que se dirigen al templo de Ryoan-Ji. El muchacho se acerca al mapa y señala el punto donde se encuentran y la ruta. Los extranjeros le dan efusivamente las gracias y empiezan a caminar en la dirección indicada.

En los dos casos se usan mapas. La diferencia es que el primero es improvisado, mientras que el segundo está hecho por un cartógrafo. Pero ambos sirven a su propósito: orientarse y llegar a destino. Por eso siempre hubo mapas. Los utilizaron los navegantes de la Antigüedad para seguir sus rutas de comercio o de conquista. También los piratas de todas las épocas para saber dónde ocultaban sus botines, como lo cuentan Stevenson en La isla del tesoro o Salgari en Sandokán.

Los mapas más antiguos que se conservan son unas tablillas babilónicas de hace 5000 años, pero los primeros en trazarlos con cierta precisión fueron los griegos. Desde entonces, los mapas fueron mejorándose con la información que traían los navegantes. Con la invención de la brújula, en la Edad Media, la navegación se hizo más exacta, y por ende también los mapas. También ayudaron otros inventos, como el telescopio y, mucho más tarde, las imágenes captadas por los satélites que orbitan alrededor de la Tierra. Aunque los griegos ya habían dibujado mapamundis en los que la Tierra era redonda, se siguió creyendo que era plana hasta que Colón se arriesgó a «caerse del mapa» y descubrió América. Casi al mismo tiempo, en 1492, el cartógrafo alemán Martin el Bohemio construía el primer globo terráqueo, un mapamundi en tres dimensiones que era esférico como la Tierra.

Todo mapa plano es una proyección. Como la Tierra es aproximadamente esférica, hay que tener un sistema para aplanar al trazar un mapa plano. Cuando el mapa representa un espacio pequeño, como una ­ciudad, no hace falta hacer grandes ajustes, pero cuando se trata de un continente la cosa se complica. Por eso los cartógrafos son, en parte, matemáticos, expertos en geometría y trigonometría. Como es lógico, también saben mucho de geografía, y son excelentes dibujantes. Y como tales deben disponer de una buena iluminación, cuidar la postura y regular la altura y la inclinación de las mesas de dibujo, aunque hoy su principal herramienta es la computadora.

Los mapas pueden ser de muchos tipos diferentes y se aplican a todos los ámbitos: desde los planos de un edificio hasta los planisferios celestes, que muestran las estrellas y constelaciones. Hay mapas políticos, que reproducen las fronteras entre países y los límites regionales; mapas topográficos, que representan las ondulaciones del terreno; mapas para localizar a los hablantes de una lengua determinada o las corrientes oceánicas. Hay mapas de carreteras, mapas de transporte colectivo, de metro, de trenes y mapas del clima.

Cada uno tiene su escala, así como una serie de convenciones para representar y entender la información mostrada. El cartógrafo es experto en todas ellas. Si hay alguien en el mundo que sabe bien dónde está parado, ese es el cartógrafo.