Los cambios políticos de las dos últimas décadas del siglo XX en Europa provocaron muchas modificaciones en el mapa del continente. La más grande de ellas fue la disolución de la Unión Soviética en 1991, como consecuencia del proceso de reforma conocido como perestroika llevado adelante por el gobierno de Mijaíl Gorbachov. El resultado de la disolución de la Unión Soviética fue el surgimiento de 15 nuevos países independientes: Armenia, Azerbaiyán, Bielorrusia, Kazajistán, Kirguistán, Moldavia, Rusia, Tayikistán, Ucrania, Uzbekistán (que juntos actualmente integran una organización llamada Comunidad de Estados Independientes), Estonia, Georgia, Letonia, Lituania y Turkmenistán.
El debilitamiento de la influencia soviética sobre el resto de los países del bloque comunista provocó a su vez otro de los grandes cambios del mapa de Europa: la reunificación de Alemania. Dividida desde 1949 en la República Democrática de Alemania y la República Federal de Alemania, la reunificación se produjo en 1990.
En 1993 Checoslovaquia, que había sido creada en 1918, luego de la Primera Guerra Mundial y tras la división del Imperio austrohúngaro, se dividió pacíficamente a raíz del deseo de independencia del pueblo eslovaco y dio lugar a dos nuevos Estados: la República Checa y Eslovaquia. A pesar de que el proceso de separación de ambos pueblos tuvo momentos difíciles, logró resolverse mediante el diálogo y la negociación.
Yugoslavia, en tanto, sufrió un desmembramiento en el contexto de una de las guerras más violentas del final del siglo. Como resultado de la división de los pueblos que la conformaban, el territorio de Yugoslavia quedó separado en seis Estados independientes: Bosnia-Herzegovina, Croacia, Eslovenia, Macedonia, Montenegro y Serbia.