Un médico nos cura, pero un enfermero es quien nos cuida. Para cada tarea relacionada con el proceso de curarnos, ya sea de una enfermedad o de un accidente, es necesaria la presencia de alguien especializado. Alguien que sepa cómo aplicar una inyección, cómo cambiar una venda, cómo colocar una sonda, cómo alimentar a una persona inmovilizada y mil cosas más. En definitiva, alguien que domine el arte de aliviar a otra persona. Esa es la función de los enfermeros.
En un hospital, los enfermeros son indispensables, tanto o más que los médicos. Un doctor llega, hace su ronda, examina pacientes y decreta tratamientos. Una vez que se fue, el resto del día son los enfermeros quienes se hacen cargo de que sus órdenes se cumplan. Cuanto más desvalido esté el paciente, más imprescindible se hace el enfermero.
Durante sus largas jornadas, los enfermeros caminarán kilómetros, aplicarán inyectables cuidándose de no pincharse y repartirán medicamentos sin equivocarse nunca; conversarán con personas aburridas, consolarán a gente angustiada, bañarán a impedidos, alimentarán a convalecientes, manejarán sustancias tóxicas o elementos contaminados tomando las precauciones necesarias para no contagiarse, limpiarán heridas, tenderán camas sin sacar a sus ocupantes, pasarán horas en la misma habitación con personas con enfermedades infecciosas. Y, por sobre todo, no retrocederán frente a nada que se les presente, no importa lo horrible de la herida o lo peligroso de la enfermedad. Un enfermero tiene que ser humano, compasivo y eficiente, pero ante todo tiene que ser valiente.