Cuenta la Biblia que, ante la insistencia de Dalila, Sansón le reveló el secreto de su fuerza extraordinaria: «La navaja nunca pasó por mis cabellos».
Desde tiempos remotos se le atribuyeron al pelo poderes mágicos en casi todas las sociedades. Los hombres prehistóricos se cortaban el pelo con lascas de piedra afiladas. Se lo peinaban con dientes de animales, espinas de pescado y ramitas secas. Para sus rituales se lo pintaban con sangre, grasas y tintas vegetales.
Los antiguos egipcios fueron pioneros del maquillaje y el cuidado del cuerpo. Para evitar la caída del pelo mandaban mezclar vísceras de pescado con genitales de perro, excrementos de moscas, suciedad de las uñas de un hombre y ratones cocidos metidos en grasa; luego había que colocar la mezcla sobre la cabeza y esperar a que apestara (claro no hacía falta esperar demasiado). Más que una receta para lucir bellos, parece un sacrificio para recuperar el favor de los dioses que –suponían ellos– les enviaban el castigo de la calvicie.
Las cosas no han cambiado mucho. Mujeres y hombres se someten a decoloraciones, cirugías, implantes y muchos otros procesos para lucir jóvenes y estar a la moda.
Los primeros salones de belleza o peluquerías se abrieron en Grecia, donde causaban furor los cabellos rubios o pelirrojos que habían visto en los confines del Imperio. Los clientes, con tal de que les tiñeran el pelo de tan exóticos colores, se arriesgaban a que se lo quemaran o estropearan. Como esto ocurría con frecuencia aparecieron las pelucas, que se fabricaban con pelo robado a las prisioneras nórdicas.
Tinturas, cremas, lociones, máscaras, acondicionadores y ungüentos varios, naturales o artificiales, se utilizan cada día para lucir un pelo más brillante, más fuerte. La peluquera debe usar guantes y controlar las sustancias químicas con las que trabaja, dado que pueden ser nocivas para la piel, el pelo, los ojos y las manos.
Los salones de belleza tienen algo de consultorio psicológico. A medida que los mechones van cayendo, las personas van dejando caer detalles de su vida, sus problemas de amor, sus sueños y desilusiones. A veces la tijera, la tinta y el peine pueden ser arsenal suficiente para devolverle a alguien la alegría de sentirse bello.