Es posible casarse varias veces a través del Registro Civil, pero a través de la Iglesia Católica, solo una. Ese día, por lo tanto, es único e irrepetible. Casi todo puede fallar: la comida, ser poco apetitosa; el lugar, demasiado pequeño para alojar a los 500 invitados (el novio tenía muchos amigos); el sacerdote, olvidar parte del sermón, e inclusive alguno de los invitados en un arranque de celos puede gritar: «¡Me opongo a este matrimonio!». Acaso los novios pueden arrepentirse en el instante de dar el «sí, quiero». Pero la que no puede fallar es la modista.
Los rituales sagrados requieren vestimentas que estén a la altura de las circunstancias. Las esposas suelen guardar su vestido de novia en algún rincón del ropero, como un recuerdo especial del día de su casamiento. Varios meses antes de la boda, según la fama de la modista y la ansiedad de la novia, ambas mujeres se encuentran. La modista observa el cuerpo de la novia con rigor de anatomista, toma medidas con su cinta métrica, busca inspiración en revistas de moda, pero por sobre todo escucha: sabe por experiencia que el vestido debe encarnar la personalidad de la novia. Hay vestidos soberbios y vestidos humildes. Los hay de personalidad fuerte y de corte amable, con flores románticas en el tul o de manga corta y enérgica.
A veces dibuja un croquis del vestido para tener una especie de guion a la hora de confeccionar. Más tarde realiza los moldes de papel con los cuales cortará la tela. El resto del trabajo es unir con alfileres y luego coser las distintas piezas. Hasta último momento, la modista sigue elaborando cada rincón del vestido, cosiendo dobladillos, agregando botones. Al final lo vuelve a probar sobre el cuerpo de la novia para ajustar los últimos detalles.
El taller de las modistas suele ser su propia casa. La máquina de coser, un costurero con dedales, hilos y agujas, alfileres y tijeras, cierres y botones, y hasta algún maniquí en la sala, acompañan la tarea diaria de crear prendas a medida y arreglar otras que el tiempo ha desgastado.
Los problemas de salud que genera este oficio están vinculados a la postura, al trabajo manual y al desgaste de la vista. El uso de la tijera al cortar metros y metros de tela produce un problema llamado síndrome del túnel carpiano, que provoca un dolor muy intenso en el antebrazo y la muñeca.
Cuando una modista tiene una idea revolucionaria se convierte en diseñadora. En los años treinta, a la modista francesa Coco Chanel se le ocurrió que las mujeres podían usar pantalones, y se convirtió en una de las más importantes diseñadoras de moda del siglo xx.