Trabajar con vidrio es manejar uno de los materiales más frágiles y duros que se pueden encontrar en un hogar. El vidrio es la frontera entre el exterior y el interior cuando está en una ventana, es un lienzo pintado de plata metálica que permite que nos veamos a nosotros mismos cada mañana en el espejo, es el material del que están formados los vasos con que bebemos agua, las copas con que bebemos vino y a veces los platos donde comemos. Hay vidrios blindados, vidrios de colores, vidrios que resisten el calor, la presión y los impactos. También está el cristal, algo así como un primo más delicado del vidrio.

El vidrio (una mezcla de arena, sales y roca caliza fundidos a altas temperaturas) comenzó a fabricarse hace 3500 años en Egipto y Mesopotamia, como elemento decorativo. Un vidriero actual trabaja con láminas de vidrio de distinto grosor y calidad, que corta y pule con herramientas adecuadas y, de ser necesario, moldea con calor. El arte de soplar vidrio y producir objetos maravillosos (en el cual se basa la famosa industria ­veneciana de cristales de Murano) es cada vez menos utilizado, pero está lejos de desaparecer.

La industria del vidrio, con sus enormes chimeneas y hornos en los que trabajan cientos de operarios al calor del material en estado líquido, produce botellas, vasos, copas y otros elementos por colada dentro de moldes de acero. Es en estas industrias donde los trabajadores están expuestos a los mayores peligros, ya que las pequeñas partículas de vidrio suspendidas en el aire, si son respiradas, pueden producir enfermedades permanentes en los pulmones. Por eso es imprescindible utilizar la protección adecuada.

Hoy, el vidriero más típico es aquel que, siempre con guantes para evitar los filosos bordes de su material, corta a medida el vidrio necesario para reponer el de una ventana rota, lo asegura con masilla y recupera así la magia de la frontera transparente de una casa, que separa el espectáculo del exterior de la seguridad y tibieza del interior.