En el antiguo Egipto, los escribas eran hombres que dedicaban su vida a escribir jeroglíficos con la paciencia de un pintor. Actualmente hay egiptólogos que se dedican a descifrar esos mismos jeroglíficos con la paciencia de los antiguos escribas.

Si intentáramos explicarle a un ciudadano de la antigua Grecia a qué se dedica un informático, seguramente nos encerrarían por locos. Nadie podía imaginar lo que era una computadora. Perdón, casi nadie. El gran Aristóteles pensaba que la única condición para que los hombres prescindieran de los esclavos era que cada herramienta «realizase su propio trabajo a la voz de mando o anticipándose inteligentemente». ¿Acaso Aristóteles soñó con lo que hoy conocemos como computadora?

Nuestros deseos y necesidades atraviesan todas las épocas, uniendo a personas que vivieron en tiempos lejanos, sin saber unas de la existencia de las otras. El hombre prehistórico que descubrió que podía hacer fuego golpeando dos piedras de cierta manera está emparentado con John Walker, el químico inglés que inventó los fósforos mientras hacía experimentos con un nuevo explosivo en su laboratorio. Ambos vivieron separados por 10.000 años. Ese lapso deja de ser inconmensurable cuando pensamos que la Tierra tiene 4.500 millones de años. Los inventos de hoy pueden cambiar los futuros más lejanos.

La historia a veces se mueve en línea recta, a veces retrocede y otras veces parece recorrer una espiral, donde los hechos se repiten pero levemente distintos, como si el hombre diera una y otra vez una misma prueba. Cada época prepara la siguiente y los oficios no escapan a esta regla.

Algunos oficios van desapareciendo y otros se mantienen al borde de la extinción. Hoy nos llama la atención oír un afilador que pasa a la hora de la siesta haciendo sonar su armónica para anunciar que está en la calle listo para afilar lo que necesitemos. Sin embargo, algunas décadas atrás ese sonido era cotidiano y la gente salía corriendo de sus casas con las manos llenas de tijeras y cuchillas para no dejar pasar la oportunidad de pulir su filo y de conversar un rato con el afilador. El acero de los cuchillos y las tijeras mejoró y el afilador dejó de ser tan necesario.

Otros oficios se van transformando con el tiempo. En la Edad Media, un alquimista era alguien que a través de los experimentos con metales hacía cosas tan disímiles como intentar fabricar oro, buscar un elixir que asegurara la vida eterna o recetar pócimas para curar las enfermedades. Este célebre oficio medieval era una extraña mezcla entre el médico, el filósofo y el fundidor de metales de nuestra época.

Hay oficios raros, que tienen un pie en la fantasía y otro en la realidad. El criptozoólogo es un zoólogo que se dedica a estudiar animales cuya existencia está envuelta en un mito. Buscan sin cesar las huellas del Yeti, el gigante de las montañas, estudian los testimonios de quienes afirman haber visto al monstruo del lago Ness y analizan fotografías borrosas de lo que parece ser un dinosaurio que ha sobrevivido oculto en alguna isla perdida del Caribe. Nunca se sabe. Tal vez los ufólogos tengan razón y haya vida en otros planetas donde sí finalmente encontremos un lago que pueda alojar una fantástica criatura como Nessie, el monstruo del lago Ness.

Acaso el futuro vea nacer oficios que la ciencia ficción se ha encargado de inventar, como el policía de replicantes que describe el escritor norteamericano ­Phillip K. Dick en su novela Sueñan los androides con ovejas eléctricas: un policía dedicado a detectar y apresar robots casi idénticos a los seres humanos. Tal vez un día se pueda asistir a una universidad de superhéroes y obtener el título de Superman. ¿Quién sabe qué tareas tendremos que afrontar en el futuro y qué oficios seremos capaces de imaginar para llevarlas a cabo?

Quién sabe qué será del hombre cuando finalmente sea grande…

Las respuestas habremos de encontrarlas en nuestros más recónditos sueños.