Las paredes nos rodean casi todo el día, son el fondo sobre el cual se desarrollan nuestras actividades cotidianas. Si se está en una escuela u oficina, es importante que tengan tonos agradables, que no estorben la concentración. Si son las de nuestra casa, es reconfortante que sus colores reflejen nuestros gustos y personalidad. Si se trata de paredes exteriores, la pintura que las cubre debe ser adecuada para resistir las inclemencias climáticas. La pintura es la piel de una casa y, como en el cuerpo humano, su función es protegerla.

El gris es aburrido. Nadie querría vivir en una casa gris pudiendo hacerlo en una blanca, azul, verde o del color que más le guste. El pintor de paredes tiene que estar acostumbrado a vivir manchado de colores. Por más cuidadoso que sea, las salpicaduras son parte del oficio. El mundo por el que se mueve un pintor es el de los cuartos vacíos, con pisos y mobiliario cubiertos con plásticos protectores. Si es pintor de obra, es el último en entrar al edificio, para dar el toque final a la construcción. Cuando el pintor abandona una obra, solo queda amueblarla y habitarla.

Las pinturas y los barnices que usa el pintor en general son tóxicos, sobre todo los fabricados a base de aceite (más espesos, resistentes y protectores que los fabricados a base de agua). Por eso debe estar siempre precavido y utilizar elementos de protección (guantes, mascarillas, antiparras). Hasta hace unos años era común emplear plomo como ingrediente de diversos tipos de pintura; afortunadamente hoy está claro el alto nivel de toxicidad de ese metal (tanto para los infortunados pintores como para los que habitarán la casa así pintada) y su uso está prohibido, salvo en pigmentos especiales.

Cuando el pintor de paredes es un artista se lo llama muralista. Un mural es una obra de arte que muchas veces se realiza en la vía pública y puede ser apreciada sin necesidad de ir a un museo, por lo que los muralistas aprovechan esta circunstancia para expresar en sus muros ideas que atañen a todo un pueblo. Un ejemplo muy claro es el del mexicano Diego Rivera (1886-1957), quien pintó 11 murales en el Palacio Nacional de su país. Uno de ellos se titula Mercado de Tlatelolco, y retrata con gran belleza y colorido la vida de los antiguos aztecas tal como era antes de la llegada de los españoles.