En la prehistoria el hombre caminaba a una distancia prudente de la manada, y así iba cazando a medida que lo necesitaba. El animal temía al hombre y el hombre temía al animal. Hasta que aprendió a domesticarlo.

Domesticar proviene de la palabra domus, en latín, ‘casa’. En el Neolítico e incluso en nuestros días, un animal doméstico es un animal que vive en la casa, o en las cercanías de la casa de los hombres.

Con el paso del tiempo el hombre ha aprendido a criar diversos animales: vacas, alpacas, cerdos, llamas, gallinas, ovejas, abejas, camellos, elefantes e incluso lombrices. De ellos se obtienen diversos productos derivados, como la carne, los cueros, la leche, la lana, los huevos, la miel y hasta abono para la agricultura. Sea un pastor iraquí que guía sus cabras por un estrecho camino de una montaña o un arriero sudamericano que lleva las vacas a ser vacunadas al corral, el peón ganadero es el hombre en quien confían los animales.

El peón traba una estrecha relación con los animales desde que nacen. Conoce las señales de una vaca cuando está a punto de parir. La ve inquieta, siempre echada, con el abdomen dilatado. Sabe que es hora de conducir a la futura madre fuera del rodeo y estar cerca de ella por si algo se complica. Pero tampoco muy cerca, porque, a pesar de haberse acostumbrado a vivir con los hombres, los animales siguen manteniendo una esfera impenetrable (su espíritu salvaje) que el peón sabe respetar.

La primera herramienta de trabajo del peón es el caballo. Es su medio de transporte, su compañero en largas horas de soledad. El caballo es domado por el peón para hacerlo dócil al trabajo. Las botas, las espuelas y la montura son sus bienes más preciados. En un establecimiento ganadero, algunos peones suelen especializarse como guasqueros: son los que se ocupan de reparar el cuero de las riendas y de las monturas.

La tarea del peón ganadero es muy sacrificada. Su trabajo comienza al alba y termina al atardecer, siempre al aire libre. Debe cuidarse de los efectos nocivos del sol, de las tormentas eléctricas, de la crecida de los arroyos. Debe conocer y respetar la naturaleza. Y, por supuesto, también debe respetar a los animales con los que trabaja. Un toro puede embestirlo, una gallina contagiarle una enfermedad respiratoria o un elefante hacerlo volar por los aires, como ocurre en Asia, donde los grandes paquidermos son utilizados como taladores de árboles en la industria forestal.