Pensemos en un colibrí. Está detenido en el aire, perfectamente suspendido sobre una flor. No parece un pájaro, sino una burbuja que flota en la brisa. Es muy difícil ver sus alas, y el motivo es simple y asombroso: el colibrí puede batirlas a una frecuencia de hasta 70 veces por segundo. Para ser capaz de tal prodigio, el diminuto pájaro necesita grandes cantidades de alimento, principalmente néctar (azúcar líquido contenido en las flores) y pequeños insectos. Aunque no lo parezca, el colibrí es un glotón: puede llegar a consumir el equivalente al doble de su peso por día, lo que al cabo de una semana correspondería a un total de 22 kilos de azúcar.

Igual que para el colibrí, la alimentación es fundamental para las personas. Se suele decir que somos lo que comemos, que quizá sea una forma algo exagerada de expresar la gran importancia que tiene la ­alimentación para nuestra salud, crecimiento y desarrollo. Pero la verdad es que sin una buena alimentación no podríamos hacer todo lo que hacemos a lo largo de un día, del mismo modo en que el colibrí no sería capaz de volar igual que un rayo de una flor a otra. Y tampoco es cuestión de comer cualquier cosa, porque comer y alimentarse no son lo mismo (lo cierto es que no se puede vivir sólo de caramelos). A veces podemos comer algo que nos llena, pero que en realidad no nos aporta las sustancias que nuestro cuerpo necesita.

Aquí es donde entra en escena el nutricionista. Su tarea es aconsejarnos para que sepamos qué servir en la mesa y así tener una alimentación saludable y equilibrada. No todos los alimentos son iguales: unos nos dan energía y vitalidad –como el pan, el arroz, las pastas y los aceites (para correr rapidísimo si nos persigue un perro, por ejemplo)–; otros nos dan material para crecer y crecer –el pollo, el pescado, los huevos y la leche son como ladrillos que sirven para construir las paredes de una casa fuerte y sólida–, mientras que las frutas y verduras son como pequeños directores de orquesta que regulan a los otros sobre cómo y cuándo actuar para el funcionamiento de nuestro organismo.

El nutricionista sabe qué sustancias están en cada alimento: sabe que la carne tiene proteínas y que en las frutas y verduras hay muchas fibras, vitaminas y minerales; sabe que la leche tiene calcio que fortalece nuestros huesos y dientes; sabe que las masas nos dan mucha energía; sabe que el agua es el componente fundamental, encargado de regular la temperatura y de transportar el resto de los nutrientes por todo nuestro cuerpo… Y también sabe muchas cosas más, secretos que él no quiere que sean secretos y está dispuesto a contárnoslos a cambio de, por ejemplo, una rica y lustrosa manzana.