Para la mayoría de las personas, el pronóstico del tiempo indica si al salir a la calle deben llevar paraguas o un abrigo de más. Para el capitán de un barco o el piloto de una aerolínea es la voz de mando principal. Para los que se dedican a actividades rurales es una herramienta fundamental, que no solo decide la actividad diaria sino la manera en que se prepara y organiza la próxima cosecha. Otras veces el pronóstico se transforma en esperanza, cuando al fin anuncia la tan ansiada lluvia luego de varios meses de sequía.

El padre de la meteorología es Aristóteles, quien en el año 340 a. C. escribió un tratado sobre los fenómenos climáticos. Pero fue en el siglo xviii cuando aparecieron los principales instrumentos meteorológicos y la disciplina pasó a ser una ciencia en lugar de un campo de especulación.

Un meteorólogo aficionado depende de sus instrumentos (el barómetro, que mide la presión atmosférica; el termómetro, que mide la temperatura ambiente; el anemómetro, que mide la velocidad del viento; el higrómetro, que mide la humedad) y de una buena dosis de experiencia y sentido común. Un hombre de campo que viva muchos años en la misma zona puede predecir con notable precisión las condiciones climáticas del día, e incluso de varios días, con una simple mirada al horizonte.

La ciencia meteorológica ya es algo mucho más complejo. El meteorólogo profesional depende de las observaciones de sus instrumentos, pero más aun del grado de conectividad que tenga con colegas de regiones vecinas y con los datos que reciba de la red de satélites meteorológicos que desde 1960 rodean la Tierra. Desde la década de los cincuenta se desarrollan modelos computarizados de predicción climática, que cada vez con mayor precisión pronostican los movimientos atmosféricos, pero ya en los años sesenta Edward Lorenz, matemático y meteorólogo fundador de la teoría del caos, dictaminó que la predicción perfecta del clima era una fantasía.

Los meteorólogos más aventureros son los que se dedican al estudio de los estratos superiores de la atmósfera, entre los 20 y los 25 kilómetros de altura. Quienes han hecho estudios de campo en esa área son parientes cercanos de los astronautas.

La meteorología ya va por su quinto siglo de vida, y en ese tiempo ha acumulado una cantidad impresionante de tablas de mediciones y estadísticas. Ya no es solo una disciplina geográfica, sino también histórica. Todo en el planeta Tierra se mueve, aunque a distinto ritmo. El aire, el agua y la tierra tienen sus ciclos y sus dinámicas, y todo está muy emparentado, al punto de que, según Lorenz, el aleteo de una mariposa puede provocar tormentas a miles de kilómetros de distancia. Meteorólogos, geólogos, oceanógrafos y muchos otros especialistas cada día más son conscientes de estar estudiando una sola y única estructura, el planeta entero, aunque desde perspectivas diferentes.

Los meteorólogos llevan siglos tabulando y censando el clima, con la esperanza de comprender algún día a la atmósfera terrestre como una sola unidad. Ahora la actividad humana ha comenzado a alterar radicalmente el equilibrio climático, y los datos obtenidos por generaciones de profesionales cambian, se reacomodan y se vuelven más difíciles de interpretar. Para los nuevos meteorólogos, el desafío es alcanzar aquella fantasía de la predicción perfecta del clima.