Un mecánico, si se dedica a los automóviles, por ejemplo, tiene que tener el don de hablar con un motor. Cualquiera puede estudiar los planos de un coche, aprender sus fundamentos mecánicos y decir que sabe cómo funciona, pero el mecánico tiene otra forma de aproximarse, otra relación. Fundamentalmente se comunica con el motor mediante sus manos, siempre sucias de grasa, pero también con su vista, su oído y su olfato. Y con otro sexto sentido más indefinible: el que le permite vibrar en la misma frecuencia que el motor que está tratando. Un buen mecánico no solo arma y desarma piezas, sino que atiende lo que el motor trata de decirle.

Los mecánicos están detrás de cada máquina que existe, ya sea el motor de un vehículo o maquinaria fabril. Cualquiera que se dedique al mantenimiento de máquinas es un mecánico, incluso quien se encorva sobre su mesa de trabajo tratando de reparar delicadísimos relojes de engranajes, aunque a ese, por comodidad, se lo llame relojero.

El mecánico naval es quien se sumerge en las entrañas de cualquier buque, entre gigantescos motores diesel que no paran nunca de retumbar. El mecánico de aviación es quien ve llegar los aviones y se ocupa minuciosamente de que estén en condiciones de volver a despegar, y se queda viéndolos en tierra mientras remontan ­vuelo. El mecánico de bicicletas tanto endereza un manubrio torcido como pone en su lugar los complicados engranajes de un juego de cambios de 16 velocidades. Y el mecánico de automóviles es quien en su taller repara autos, motocicletas, camionetas o camiones.

Todos tienen en común que están expuestos a solventes, aceites minerales, grasas, mucho ruido, y aquellos que trabajan con motores de combustión, a los peligrosos gases de escape. Eficientes sistemas de acondi­cionamiento del aire, guantes, antiparras y protectores auditivos son algunos de los elementos que deberán utilizar para proteger su salud.

Los mecánicos nacieron con la Revolución Industrial del siglo xix, y los mecánicos de automotores en concreto aparecieron en el mundo en 1886, cuando Karl Benz, en Alemania, inventó el vehículo movido por un motor de explosión interna. Antes de eso, los medios de transporte eran reparados por herreros especializados, y si se trataba de locomotoras, se necesitaba un ingeniero. Pero el automóvil, que desde el prototipo de Benz se desarrolló velozmente, con su complejidad y variedad, creó la necesidad de un obrero especializado, alguien que lo conociera a fondo y comprendiera los sutiles equilibrios entre los diferentes mecanismos que lo hacen funcionar. Alguien que hablara con sus motores.