El primer ser humano que cruzó un río montado sobre un tronco y remando con sus manos fue el primer marinero. Desde ese día hasta hoy, siempre hubo quienes prefirieron cruzar las aguas en tambaleantes estructuras flotantes que pasearse en tierra firme. La historia ha visto muchos tipos de marineros, desde remeros esclavos hasta navegantes solitarios que dan la vuelta al mundo en veleros deportivos.

Para la mayoría de ellos la navegación se convirtió a la vez en una carga y en un amor. Hasta el siglo xix era común que se comenzara en el oficio de marinero muy joven, a veces en la infancia, y que la carrera continuara hasta la vejez. Un marinero que de veras sintiera el llamado de las aguas, literalmente vivía su vida flotando sobre los océanos.

La literatura ama el mar y a los marineros. La Odisea, por ejemplo, es la historia del regreso de Ulises a su casa en Ítaca (luego de once años de ausencia luchando frente a las murallas de Troya). Un largo regreso por mar, lleno de naufragios, monstruos, sirenas y muchas otras pruebas a las que Poseidón sometió al astuto Ulises y sus marinos. En el Cercano Oriente también se contaron las aventuras de otro famoso marino: Simbad, un jovencito que después de malgastar la riqueza de su padre se hizo a la mar con el fin de reparar esa fortuna. En una de sus aventuras, él y sus marinos descendieron en una pequeña isla y se pusieron a comer. El problema es que la isla no era tal, sino el lomo de una ballena que dormía y que al despertar decidió sacarse de encima las molestas visitas sumergiéndose en lo profundo. Así que Simbad quedó sujeto a la tabla que habían usado como mesa improvisada y llegó a otra isla (esta vez se trataba de una de verdad), donde le ocurrieron otras cosas increíbles.

Hoy la navegación es algo menos romántico, ya se trate de un barco pesquero, un superpetrolero que cruce el mundo con millones de litros de petróleo, un crucero de lujo cuyos marineros jamás se encuentren con los pasajeros, un trasbordador que repita varias veces por día el mismo recorrido, un destructor militar o un submarino atómico que pase meses bajo el agua. Ser marinero perdió gran parte de su aura aventurera, pero sigue siendo un oficio difícil que puede implicar muchos meses de estar lejos del hogar, y siempre con el riesgo de enfrentarse a los fenómenos climáticos más violentos. Pero así y todo, sin romanticismo ni leyenda, hay muchos enamorados que no cambiarían por nada la sensación de vivir sobre las olas, flotando en su barquito.