Si mañana llegara un platillo volador a la Tierra, un platillo invisible y silencioso que viniera a posarse en la punta de un edificio, no nos enteraríamos. Dentro de la nave transparente habría un par de alienígenas curiosos, pero tan tímidos que, por no atreverse a preguntarnos lo que quieren saber, se limitarían a observarnos. Verían pasar hombres y mujeres y pensarían: «Así son los humanos». Verían pasar ancianas y ancianos y agregarían: «Ajá…, también hay humanos arrugados, quizá pasaron demasiado tiempo en la bañera». Y si vieran pasar niños es probable que dijeran: «Vaya…, también hay humanos pequeñitos, quizá encogieron al centrifugarlos».

Esta forma de ver las cosas –que hoy puede hacernos algo de gracia– fue durante mucho tiempo muy común; se creía que los niños eran, simplemente, hombres pequeños. Lo más curioso es que no eran alienígenas los que pensaban así, sino casi todas las personas, incluso los propios maestros, y esa idea condicionaba la forma en la que se les enseñaba.

Por suerte ya no somos como alienígenas mirando a los niños desde la punta de un edificio; al verlos más de cerca hemos descubierto algo increíble: ¡los niños ya están completos! Un niño no es un hombre incompleto, es nada menos que un niño completo.

Además, otras cosas han surgido a la luz: los niños llegan a la escuela habiendo aprendido ya muchísimas cosas. No pasa un día sin que un niño aprenda algo nuevo, una palabra que nunca había oído, un sabor que no había probado, una canción que no conocía, la manera de dibujar a su personaje favorito, un nuevo tono en el arcoíris e infinidad de otras cosas. Antes de entrar a la escuela y tener una maestra, el niño tiene muchas maestras y muchos maestros: sus padres y sus abuelos, sus hermanos y sus amigos del barrio, sus tíos y primos, sus vecinos, el almacenero de la esquina, todos ellos tienen algo para enseñarle.

Una vez en la escuela, el niño empieza a agregar otros conocimientos a todos los que ya tenía. Para empezar, es probable que hasta entonces nunca haya estado en un salón con tantos niñas y niños de su edad. Ese ya es un cambio grande. Frente a la clase está la maestra, que es la encargada de ir mostrándoles a todos sus alumnos el mapa del conocimiento, es decir, algunas de las posibles rutas que van de la geometría a la historia, de la gramática a la geografía, de la matemática a las ciencias naturales. Es una labor nada sencilla, porque algunos alumnos tendrán más facilidad natural para unas materias y más dificultad para otras. Por ejemplo, quizá ocurra que un niño se destaque especialmente en el dibujo, la expresión plástica y las redacciones, pero le cuesten las equivalencias y las sucesiones, mientras que para otro la matemática no sea problema pero definitivamente no logre entender el asunto del verbo, sujeto y predicado. La maestra no solo debe ser capaz de conocer las facilidades y dificultades de sus alumnos, sino de entender que no todo el aprendizaje que se produce en el aula pasa por ella. A veces la maestra hace su trabajo sin que se note; no escribe en el pizarrón o dicta un ejercicio, sino que se limita a sentar juntos a dos compañeros de clase para darles la oportunidad de que se ayuden entre sí.

Otra de las tareas de la maestra es la de presentar desafíos. Cada nuevo día de clase está lleno de desafíos. La primera vez que la maestra plantea un problema, este puede parecer imposible de resolver. Entonces, los niños se quejan. «Es demasiado difícil», dicen. «¿Por qué no nos dice el resultado si usted ya lo sabe?». Pero la verdad es que a la maestra no le importa tanto el resultado; más le importa que cada niño utilice todo lo que sabe y construya su camino a un resultado propio. Cuando al final esto ocurre, cuando el niño se apropia del conocimiento, la maestra puede decir que su trabajo está hecho, que el niño está listo para seguir sin ella la aventura de aprender. Esa es, tal vez, la parte más dura del trabajo de la maestra, aunque siempre sonría en la fiesta de fin de año, entre los abrazos y besos agradecidos de los que fueron sus hijos durante un año de tiza y recreos.