Antonio Stradivari murió sin dejar a nadie el secreto de la construcción de sus magníficos violines. ¿Estará en el barniz?, ¿en los arcos?, ¿en la madera? Las especulaciones seguirán eternamente, ya que ninguno de sus aprendices lo heredó. Hoy un stradivarius, como se conoce a los violines hechos por el célebre luthier cremonés, puede llegar a valer una fortuna y es un orgullo para cualquier violinista tocar en uno de ellos.

Un luthier es un artesano que construye o repara instrumentos musicales de cuerda frotada y/o pulsada, como violines, violonchelos, contrabajos y guitarras, ya sean electrónicos o acústicos.

El término francés luthier procede del vocablo luth que quiere decir ‘laúd’, un instrumento de origen árabe. En principio, el término se empleó para nombrar a todos aquellos artesanos dedicados a la fabricación de instrumentos; pero luego se aplicó concretamente a los creadores de los instrumentos de cuerda.

Fue a partir del Renacimiento que el oficio del luthier empezó a ganar importancia. Desde entonces, los hacedores y restauradores de instrumentos, que en otro momento estaban vinculados a oficios como la carpintería o la ebanistería, empezaron a ganar maestría y el oficio se convirtió en un arte que requería un estudio formal.

El taller de un luthier huele a maderas y suena a violines, es una mezcla entre el taller de un artista y una carpintería. Al construir los instrumentos debe tomar las mismas precauciones que un carpintero, ya que utilizará diversas máquinas para lijar, cortar, tallar, encolar y conformar la tablas o láminas de madera que luego transformará en el cuerpo del contrabajo, el diapasón de una guitarra o la tapa de un violonchelo.

El luthier recibe encargos especiales de músicos que están buscando el instrumento justo para expresar su estilo. El tipo de madera, las medidas de la caja de resonancia, la tensión de las cuerdas, son todos elementos que el luthier tendrá en cuenta para lograr esa sonoridad única que luego el músico, si estudia bien su instrumento, logrará cosechar.