Los riñones filtran la sangre del aparato circulatorio y permiten la evacuación, a través de la orina, de diversos residuos del organismo. Cada día purifican varias veces la sangre de nuestro cuerpo, 200 litros totales para filtrar unos dos litros de desechos y exceso de agua. Su trabajo es importantísimo; podemos andar por la vida tan campantes pues nuestros riñones (dos, con forma de poroto, cada uno del tamaño de un puño) nos desintoxican y nos mantienen a salvo de las impurezas. Si tomamos como ejemplo nuestro cuerpo y la noble tarea de limpieza que en él ejecutan los riñones, y pensamos en nuestra casa, el edificio, las calles, el barrio, la empresa, el estadio o el cine como si se trataran de un organismo, comprenderemos la magnitud del trabajo de los limpiadores.

Armados con escobas, aspiradoras, trapos y cepillos avanzan barriendo, lustrando o desinfectando calles, oficinas, hospitales, teatros, centros de estudio, fachadas, chimeneas, pisos, alfombras, vidrios, marquesinas, luminarias y un sinfín de otros objetos y sitios que frecuentamos o usamos diariamente. El aseo es la misión principal de estos trabajadores, que a veces son públicos (funcionarios municipales, a cargo de la limpieza de calles, plazas, cementerios o playas de la ciudad) y a veces privados (el deshollinador, el limpiador de fachadas, el personal de limpieza de un comercio).

Quizá entre los limpiadores las empleadas domésticas sean las únicas que día a día duplican su tarea: antes o después de la jornada laboriosa deben ocuparse de asear su propia casa. En general, todos los limpiadores deben ser cautos con aquello que limpian, por posibles cortes y lastimaduras, y estar atentos para no resbalar o caerse. Aquellos a cargo de la limpieza de ventanales de edificios altos tienen trabajar en andamios y usar cinturón de seguridad. El deshollinador se protege con máscaras y tapaboca para no inhalar el carbón o el hollín.

Después de todo, el cuidado de la higiene es una manera de preservar la salud, no solo la personal, sino la de todos.