Un laboratorio es un lugar muy particular. Todo está controlado: la temperatura, la humedad, la presión atmosférica, la iluminación, el polvo, el ruido… Cualquier detalle puede echar a perder un experimento o invalidar un análisis. Está lleno de aparatos y objetos extraños. Hay microscopios de varios tipos; frascos y tubos de ensayo de todas las formas y tamaños imaginables; y una gran variedad de instrumentos como pinzas, espátulas balanzas o embudos. En medio de todo esto se encuentra el laboratorista.

Hay laboratorios que analizan la composición de la sangre, la orina, las propiedades del cuero, las enfermedades de las zanahorias, nuevos venenos para eliminar parásitos de animales domésticos. Son como detectives dedicados a investigar de qué están hechas las cosas. Otros se dedican a crear nuevos perfumes, alimentos y productos de limpieza; como un cocinero al preparar una receta, su arte consiste en combinar con exactitud los ingredientes para obtener el resultado deseado. También los hay dedicados a comprobar que las propiedades de un producto sean las que tienen que ser, que no tengan componentes tóxicos y que se comporten de la manera esperada al mojarlos, presionarlos o quemarlos.

Los laboratoristas trabajan en lugares muy diversos. En los hospitales y clínicas contribuyen al diagnóstico de enfermedades y a determinar la eficacia de los tratamientos. Colaboran con la policía para ayudar a resolver los crímenes. Son imprescindibles en universidades y centros de investigación científica. También en las fábricas, y para el desarrollo y la innovación de las empresas. Entre sus palabras favoritas están analizar, destilar, comprobar, diseccionar, mezclar o esterilizar.

Sus riesgos son tan variados como sus ambientes de trabajo y los tipos de pruebas que realizan. Están expuestos a infecciones por virus, bacterias y hongos, a las enfermedades por mordeduras o picaduras de animales, a los incendios y explosiones, a la radiactividad, a cortarse, quemarse con fuego o con ácido, a envenenarse con los químicos o a asfixiarse con sus efluvios. No en vano tienen estrictos protocolos de seguridad, desde el uso de guantes, delantal, tapaboca y lentes protectores hasta la manera de lavar y desinfectar los instrumentos de trabajo después de usarlos. Además, los laboratorios deben contar con el correcto acondicionamiento del aire y estar equipados con extintores y duchas de emergencia.

Trabajen donde trabajen, todos les piden resultados, generalmente inmediatos. Tienen que ser muy organizados ya que cada análisis lleva su tiempo y a veces hay que repetirlos. Por eso, tan importante para el laboratorista como trabajar de forma rápida y eficiente es mantener el buen humor y no dejarse superar por la presión.