Los 39 Estados germánicos que permanecían separados por cuestiones políticas, compartían el  sentimiento de que en realidad todos formaban un solo pueblo. Sus culturas, costumbres y tradiciones los unían. Además, hablaban el mismo idioma y muchos filósofos y artistas estaban convencidos de que, a pesar de estar divididos, formaban una única y gran nación. Este sentimiento de unidad estaba reforzado por la economía. Si se unían, los 39 Estados se volverían más poderosos para competir con las demás  potencias europeas. En cambio, si se mantenían separados, seguirían siendo débiles.

El que inició la lucha por la unidad alemana fue Prusia, uno de los reinos alemanes más grandes y ricos. En 1834 Prusia logró crear una unidad económica junto a otros Estados y obtuvo un gran éxito comercial que le permitió mejorar su economía y competir con Austria, la otra gran potencia alemana.

En 1860 apareció un hombre que jugaría un importante papel en la unificación definitiva: Otto von Bismarck, el canciller de Prusia. Bismarck formó un importante ejército con el que derrotó a los que se oponían a la unidad de Prusia con los demás Estados alemanes. Uno de los países derrotados por el ejército de Bismarck fue Austria, en 1866.

Más tarde, Bismark debió enfrentar a otro gran enemigo de la unificación: Francia. Al norte de su territorio los franceses poseían unas regiones muy ricas en recursos naturales. Los prusianos reclamaban que esas regiones les pertenecían. En 1870, la disputa por esas tierras desató una guerra entre Prusia y Francia. La victoria del ejército prusiano liderado por Bismarck le dio el control de aquellos territorios, que completaron la unidad del nuevo Estado alemán. Prusia logró la unidad nacional y proclamó el Reich: el Imperio alemán.