Las computadoras son máquinas controladas por un teclado y un mouse, desde donde mandamos indicaciones muy simples que se transforman en miles de cosas diferentes en una pantalla de colores.

En realidad son mecanismos muy sutiles y complejos en los que millones de parpadeos eléctricos saltan de un elemento electrónico a otro por segundo y, en un aparente caos de chispas invisibles, dibujan ese texto, reproducen esa canción, imprimen esa carta, copian ese disco o lo que sea que les pidamos que hagan. Pero ese caos es solo aparente. En realidad, el orden dentro de una computadora es estricto y absoluto.

En el fondo de todo está el bit, la unidad básica de almacenamiento de información, que es la representación electrónica de un número binario. O sea, un bit puede ser 0 o 1. Estas dos cifras son el cimiento de toda la informática. Toda la información que se acumule a partir de esta base es una suma de números binarios, cada vez mayor, pero siempre formada por combinaciones de dos cifras.

La primera computadora eléctrica (construida en 1941 y llamada Z3) pesaba 1.000 kilos y manejaba 22 bits por línea. Cuando en 1969 el hombre llegó a la Luna en la Apolo 11, la capacidad de las computadoras utilizadas para calcular la misión era un fragmento de la que tiene cualquier computadora actual. En 1970 se inventó el microprocesador, el cual permitió el desarrollo de la computadora doméstica, que desde sus 16 bytes originales fue creciendo y creciendo hasta llegar a la actualidad, cuando en cualquier casa u oficina hay una capacidad de almacenamiento siempre creciente con la que los pioneros de la informática apenas soñaban.

Las computadoras tienen varios lenguajes, todos ellos precisos, milimétricamente exactos. Detrás de cada función que cumple una computadora hay una larga serie de instrucciones escritas por un programador, que es aquel que conoce el idioma de las máquinas. Estas instrucciones (software) les dicen a cada uno de los muchos elementos de la computadora (hardware) cómo comportarse ante cada comando que llega del teclado, del mouse o de otros elementos conectados (por ejemplo, del módem).

Y si el programador es quien dicta cómo debe comportarse la máquina, el informático es quien se asegura de que estas órdenes se cumplan, sin conflictos entre las diferentes partes y programas.

Detrás de cualquier desarrollo de programa o servicio técnico realizado hay largas jornadas de trabajo frente al monitor. La importancia de una silla cómoda es fundamental para evitar molestias y dolores derivados de una mala postura. Una buena iluminación puede evitar el desgaste temprano de la vista.

La complejidad de una computadora actual es abrumadora. El informático trabaja sobre una red de variantes y posibilidades, confiando en el instinto casi tanto como en los conocimientos, para encontrar la falla que impide que recibamos el correo electrónico que esperamos, que el trabajo escolar que tenemos que entregar sin falta se imprima, o que nuestro juego favorito corra como es debido.

En la década del ochenta algunas computadoras personales contaban con 64 kb de memoria ram. El pong, un juego de ping-pong, era apenas unas barritas que golpeaban un conjunto de píxeles que oficiaban de pelotita. En veinte años, los juegos pasaron a tener un entorno gráfico cada vez más sofisticado y una complejidad cada vez mayor. Hay juegos como el Simcity, donde el jugador debe crear y administrar su propia ciudad, o como The Secret of Monkey Island, con largas aventuras, misterios, batallas y tesoros que nos transportan a la gloriosa época de los filibusteros. Estos avances no hubiesen sido posibles sin el trabajo de los programadores, y de los testeadores de juegos, personas encargadas de jugar una y otra vez a la búsqueda de errores y posibles mejoras.

No es exagerado decir entonces, que el informático y el programador son los arquitectos, constructores de los mundos virtuales de nuestra era contemporánea.