El 8 de junio de 1924, los británicos Mallory e Irvine intentaron escalar el monte Everest, el pico más alto del planeta. Nunca volvieron. El año anterior, en una conferencia, le habían preguntado a Mallory por qué estaba tan empeñado en escalar el Everest. Su respuesta fue breve pero sugerente: «Porque está ahí». Veintinueve años más tarde, Edmund Hillary se convirtió en el primero en llegar a la cima de la mítica montaña. Una de las diferencias de su expedición con las anteriores fue que tuvo un buen guía, el sherpa Tenzing Norgay. Los sherpas son los habitantes nativos de los Himalayas, la cadena de montañas a la que pertenece el Everest.

En La divina comedia, escrita a principios del siglo XIV por Dante Alighieri, el escritor romano Virgilio guía al autor en su descenso al Infierno y al Purgatorio, y se despide de él a las puertas del Paraíso.

Desde siempre, los grandes viajeros contrataron guías cuando se adentraban en territorios desconocidos, especialmente si podían ser peligrosos. El guía suele ser alguien de la zona que conoce bien el terreno, la cultura y el idioma del lugar que se quiere visitar. Hoy los viajeros más comunes son los turistas, que en general van a lugares ya explorados, por los que han pasado muchos extranjeros antes que ellos. Sin embargo, los guías siguen siendo una figura útil y necesaria para los que viajan a un lugar por primera vez o desean aprovechar al máximo su estadía.

Cuando alguien quiere planificar un viaje puede hacerlo por su cuenta o acudir a una agencia de viajes. Allí trabajan personas especializadas en recopilar información sobre pasajes (de avión, barco, tren, ómnibus), hoteles y visitas turísticas varias. Buscan y seleccionan las ofertas que mejor se ajustan al tiempo y al presupuesto de sus clientes, y con toda esa información arman paquetes turísticos para ofrecerles.

Sea a través de agencias o no, los viajes suelen incluir excursiones y visitas guiadas. Ahí es donde aparecen los guías. Los encontramos mostrándonos museos, monumentos, sitios arqueológicos o ciudades enteras. A veces nos acompañan a lo largo de todo un viaje por varios países.

Un guía nos enseña otras culturas. Tiene un conocimiento integrado de arquitectura, cultura, historia y geografía. Su principal reto es hacernos entender edificios históricos, animales, obras de arte, ruinas o excavaciones; a menudo nos hace viajar en el tiempo.

Los guías hablan varios idiomas; muchas veces nos hacen de intérpretes. También tienen que hacer de líderes de un grupo de gente que a veces puede ser bastante grande, y enfrentarse a sus constantes preguntas y exigencias. Por eso debe saber informar de los principales riesgos y reaccionar de forma rápida ante cualquier dificultad, como cuando alguien se pierde, sufre un robo o tiene un accidente.

Para quienes optan por prescindir de las agencias y organizar su viaje por su cuenta, cobran suma importancia las guías: unos prácticos libros donde se encuentra todo tipo de datos sobre el lugar a visitar. Suelen estar escritas por amantes de los viajes que deciden transmitir sus experiencias a los que vengan detrás. Podría decirse que sus autores son también guías turísticos, pero en diferido.

Bajo una u otra forma, los guías nos conectan con la identidad de cada país o región, mostrando en un breve recorrido la esencia del lugar y de su gente. Están ahí para hacer que nuestro viaje resulte más cómodo y seguro, más disfrutable y completo.