Pocos oficios deben de ser tan necesarios como el del fontanero. Lidiando con cañerías, presión de agua, desagües obstruidos y grifos que no abren, el fontanero es para una casa el equivalente a un cirujano para una persona. La comodidad y la higiene de cualquier hogar dependen del correcto fluir de las aguas, tanto limpias como servidas, y cuando hay un problema con alguno de estos procesos, llamar al fontanero es como llamar al superhéroe que venga al rescate.

Los fontaneros de hoy ya no pueden ser llamados plomeros. Esa denominación fue útil hasta hace unos cuantos años, mientras las cañerías de los hogares eran metálicas y se sellaban con plomo fundido. El soplete era la herramienta típica del oficio. Hoy los insumos sanitarios hogareños, salvo a veces los que están a la vista (grifos, desagües, rejillas), se fabrican con plástico, y todo se enrosca entre sí o se suelda con calor. Un fontanero raramente pueda quemarse como antes con el soplete, pero sí puede fácilmente cortarse o lastimarse las manos, siempre metidas en lugares sucios, oscuros y de difícil acceso. Además, se ve a menudo obligado a adoptar ­posiciones incómodas que, a la larga, pueden causarle daños permanentes en la columna y las articulaciones. Lo único que puede hacer para evitarlo es mantenerse en forma mediante el ejercicio físico y tratar de no quedarse en posturas forzadas durante mucho rato.

El fontanero de obra, aquel que se ocupa de las instalaciones sanitarias a medida que se construye una casa, tiene el cometido de armar una especie de puzzle que imita en miniatura el delta de un río. Sale de la conexión a la red de agua corriente, sube hasta el tanque de agua si lo hay, y se interconecta por baños y cocinas en una red secreta de caños, uniones y finalmente grifos, regida por la gravedad y el correcto ángulo de caída de cada tramo de cañería, que quedará oculta por los muros.

El fontanero hogareño trabaja con los interiores de esa estructura oculta y, en el peor de los casos, cuando se trata de algo que no puede repararse en la parte de la instalación que queda a la vista, debe picar paredes y pisos hasta sacarla a la luz, toda o en parte, y reparar y cambiar lo necesario para que el agua vuelva a fluir dentro de su pequeño río secreto.