A primera vista puede parecer un astronauta a punto de ponerse las capas más exteriores de su traje y el casco, pero no lo es. Quien trabaje en la planta de elaboración de una industria farmacéutica debe estar equipado con un traje de plástico o papel que cubra todo su cuerpo, guantes, gorra, cubrezapatos de plástico, tapaboca, y no están de más unos lentes protectores. A diferencia de la mayoría de los elementos de protección industriales de otras especializaciones, en esta actividad cumplen doble función: están destinados a proteger tanto al trabajador como la pureza de los elementos que manipula.

La industria farmacéutica es una de las principales del mundo. Por todo el planeta hay laboratorios de investigación y plantas de producción, y cada año salen al mercado miles de nuevos productos, desde vacunas para plagas que asuelan continentes enteros hasta callicidas.

Para la mayoría de nosotros, farmacéutico es el amable señor de la farmacia del barrio que recibe las ­recetas que da el médico y nos proporciona medicamentos, vende pasta de dientes y cosméticos, frascos con alcohol, bronceador, pomada para quemaduras y hasta pastillas de menta y miel. Pero se trata del último eslabón de una cadena gigantesca que se entrelaza con la industria química y la médica, y en sus fronteras más lejanas y oscuras investiga los efectos de inimaginables medicamentos experimentales en indefensos animales.

Cuando uno se siente mal, acude al médico para que lo cure. Pero en realidad el doctor lo único que puede hacer es combatir las enfermedades con las herramientas que tiene en su repertorio, y estas son las que la industria farmacéutica le provee. Son los químicos y científicos farmacéuticos quienes investigan, experimentan y descubren formas de combatir nuestros males. Cuando surge una nueva enfermedad, o una ya conocida sufre una mutación, será la industria farmacéutica (o algún genial investigador en un rincón de ella) la que acudirá a nuestro rescate.