Algunos escritores se sientan ocho horas diarias a escribir, como si fueran a la oficina; otros solo escriben cuando aparece la inspiración. Unos se levantan temprano y escriben hasta el mediodía; otros solo consiguen escribir de noche, cuando nadie puede interrumpirlos, y terminan acostándose a altas horas de la madrugada. Algunos publican decenas de libros; otros solo publican una obra en toda su vida. Algunos tienen otra profesión y escriben en sus ratos libres; otros consiguen dedicarse casi exclusivamente a la literatura.

Un escritor suele ser antes un lector apasionado. Un niño que contempla una biblioteca y siente una emoción especial. Alguien que disfruta saboreando los libros de otros y, en un momento dado, siente la necesidad de crear, de contar historias para que otros las lean.

Desde que se tiene memoria, los seres humanos se cuentan historias unos a otros, y a sí mismos. El ­escritor es el contador de historias profesional. Las historias condensan imágenes, emociones, datos, vivencias: se condensan en el lenguaje escrito, para ser decodificadas por el lector. En todo caso, la magia de las palabras permite capturar una energía que luego se transmite al lector.

El trabajo del escritor está emparentado con el de otros artistas, por ejemplo, el del compositor. Este ­imagina una melodía y la transcribe al papel. Compone pensando en una orquesta sinfónica o en algún instrumento solitario, y cuando termina, su obra es apenas una partitura. No es música, todavía, sino la promesa de la música. Solo cuando un intérprete se siente frente a la partitura con su instrumento y comience a tocarla, la música cobrará vida. Del mismo modo, un escritor escribe una novela pero ella vivirá cuando el lector recorra sus páginas y la imagine de un modo personal de acuerdo con su sensibilidad, destreza y experiencia. Sin el lector, el escritor no habrá escrito una novela, sino apenas la promesa de una novela.

La literatura es una colección de mentiras que, sin embargo, contiene grandes verdades sobre la vida, el mundo o las personas. El arte del escritor es el de mentir para poder decir la verdad: una verdad disfrazada de mentira.

Los seres humanos necesitamos de los mitos y las leyendas para vivir. Necesitamos héroes, monstruos, necesitamos fantasía. De niños nos resulta fácil dejar volar la imaginación, pero después vamos creciendo y muchas veces esa capacidad se va desgastando. El escritor –la literatura– repara la fantasía, nos la devuelve para que podamos ver la realidad de forma diferente, a veces más hermosa, a veces más terrible, pero siempre nueva.