Napoleón Bonaparte conquistó gran parte del continente europeo. Muchos de los territorios conquistados pasaron a ser posesiones directas de Francia. El resto se convirtieron en países dependientes del Imperio francés. La clave de los triunfos fueron los cambios que Napoleón impuso a sus ejércitos. Para empezar, todos sus soldados tenían un fuerte sentimiento patriótico hacia Francia, luchaban por la grandeza de su país. Durante el combate, la estrategia militar de Napoleón atendía a la velocidad y concentración de las acciones. El ejército concentraba la mayor parte de sus fuerzas en un punto de la batalla y no en varios a la vez. Se buscaba la mayor rapidez en las maniobras para tomar al enemigo por sorpresa. Además, el ejército se dividía en tres partes: la primera, encargada de atacar; la segunda, cuya tarea era resistir; y la reserva, un ejército suplente que se ocupaba de ayudar a los otros dos.

Solo había dos países que representaban un auténtico desafío para Napoleón: Inglaterra y Rusia. Los ingleses poseían la mejor flota naval del mundo, por lo que tenían ventaja en los enfrentamientos en el mar. Rusia, en tanto, contaba con un ejército muy numeroso, pero además las temperaturas en su territorio podían llegar a 20 grados bajo cero. Luchar en condiciones tan extremas era muy difícil para los soldados franceses. Entre 1803 y 1810 Napoleón avanzó victorioso a pesar de las alianzas militares que los países establecían contra él. Sin embargo, el cansancio del ejército francés era cada vez mayor. Cada nuevo territorio ocupado generaba un conflicto. Era muy difícil mantener el poder en un imperio cada vez más grande. La derrota definitiva comenzó con la invasión a Rusia, cuando las fuerzas napoleónicas cayeron ante los rusos y la dureza de su invierno.