Un bibliotecólogo sabe respetar dos cosas: los libros y el orden. El secreto de la bibliotecología es mantener el orden. En fichas, referencias de computadora o listados, un libro figura en tal lugar (ubicación física, en el léxico del oficio) y, en efecto, ahí está. Si en vez de estar en ese lugar el libro está en cualquier otro, se pierde y desaparece de los listados. Se desvanece, si la biblioteca es muy grande, para siempre. El reto de un bibliotecólogo es que la relación entre el fichero y los libros en sus estantes sea perfecta, que el mapa y el terreno coincidan con exactitud. Cada biblioteca es un laberinto, y el bibliotecólogo es el guía que nos estimula a descubrir información muchas veces olvidada en alguna repisa.

El bibliotecólogo no lee los libros bajo su cuidado (o al menos no todos), pero los conoce. Sabe cosas sobre los libros en las que pocos se fijan: su autor, el traductor, cuántas páginas tiene, el tamaño, el tipo de encuadernación, el año y el lugar de edición, si es una obra aislada o parte de una colección (serie bibliográfica, en su lenguaje) y el estado del ejemplar.

Todo bibliotecólogo sabe rudimentos del arte de encuadernar, pero las bibliotecas realmente grandes tienen su propio equipo de encuadernación.

El mejor amigo del bibliotecólogo de grandes superficies es el fumigador profesional. En una biblioteca pequeña, las plagas que atacan al papel se pueden combatir con un spray de veneno y una tarde de trabajo.

La biblioteca es el depósito de libros, pero también contiene mucho material diverso, impreso o no. Diarios, revistas y otros periódicos, folletos, mapas y guías son también impresos que se guardan en bibliotecas. Además, en una biblioteca grande pueden hallarse cartas, originales literarios, apuntes y hasta libros anteriores a la invención de la imprenta, todo esto escrito a mano. Cada una de estas publicaciones tiene sus propias normas de clasificación, cuidado y almacenamiento, que el bibliotecario tiene que conocer y respetar. Cada una de estas categorías añade secciones enteras al laberinto de la biblioteca.

También están las innovaciones. Ya no es novedad el uso de microfilme para preservar colecciones enteras de diarios o revistas que por su edad corren riesgo de desaparecer, convertidas en polvo. Pero el nuevo desafío, al que los teóricos de la bibliotecología no han conseguido dar una respuesta clara, es qué hacer con el contenido de las páginas de Internet, que tanto puede permanecer como ser borrado de un día para el otro. Si la función última del bibliotecario es preservar no solo los libros, sino todo aquello que contenga información sobre la cultura humana, entonces los datos de Internet deben preservarse. ¿Pero cómo? Aún no se sabe con certeza.

Hay una imagen de la bibliotecología como un oficio sedentario, calmado, apocado y sin riesgos. Sobre lo último no opinan lo mismo aquellos que lo practican, quienes tienen las muñecas, los codos o los hombros y hasta la espalda gravemente lesionados por el peso de grandes libros de texto o desmesurados volúmenes de diarios encuadernados.