Miremos las paredes de nuestra habitación y por un momento retrocedamos en el tiempo. Imaginemos el terreno vacío, el campo. Un hombre observa atentamente un papel, recorre el lugar clavando estacas en el suelo, uniéndolas con hilos, midiendo distancias y ángulos, ­dotado de una escuadra. Cada tanto vuelve sobre el papel, corrige las estacas, agrega tablas, más hilos. Al cabo de unos días lo que estaba en el papel ha sido representado fielmente en el terreno. El albañil ha trasladado el plano del arquitecto a la realidad.

La obra avanza. Los peones cargan ladrillos en sus carretillas. Otros levantan las paredes. Los carpinteros van colocando las puertas, las ventanas. Los fontaneros proveen las cañerías, el agua recorre el lugar y luego vendrá la luz, cuando los electricistas tiendan el cableado a través de las paredes. Cada día que pasa, la obra crece en altura, en tamaño, en detalle. Y cada vez hay más hombres dedicados a la tarea.

Desde los años sesenta existe una clasificación de 400 oficios que intervienen en la construcción.

En Dubai, Emiratos Árabes, lo que empezó con hilos y estacas llegó a ser el rascacielos más alto del mundo: 812 metros de altura y un millón de toneladas de cemento.

No obstante, son los arrecifes de coral la obra de arquitectura que puede verse mejor desde el espacio. Fue realizada sin ningún propósito y sin ningún plano por animales submarinos, mucho antes de que el hombre apareciera.

El resto de las obras edilicias que ocupan la Tierra, al principio solo son una especie de laberinto de hilos y estacas. Y cuando ese esqueleto es sepultado por toneladas de material de construcción, el albañil y todo su equipo acaso puedan seguir viendo los hilos y las estacas, como si fuéramos capaces de mirarnos al espejo a los 80 años y entrever detrás de nuestro rostro al niño que una vez fuimos.

Cuando un objeto (un ladrillo) cae en caída libre puede lesionar severamente al albañil. Por eso, el casco es su segundo cráneo, capaz de evitar daños irreparables en el original. El cinturón de seguridad es otro de sus grandes aliados, especialmente cuando trabaja en las alturas. Por sobre todo, el albañil debe planificar y conocer cada paso de la obra en la que trabaja, así como las herramientas que manipula, para poder anticiparse a los posibles riesgos. Esa debe ser su gran red de protección, cuando las enormes grúas de construcción zumban a su alrededor.

Sea una casa, un aeropuerto, un estadio de fútbol o las paredes de una habitación, todo empezó con los al banna, en árabe, aquellos hombres que se dedican a construir sobre este planeta.